Tomar decisiones es inevitable. Desde qué desayunar hasta si aceptar un cambio de trabajo… pero lo cierto es que hay decisiones que pesan más que otras. Despidos, renuncias, reorganizaciones, rupturas, mudanzas… elecciones que no solo definen el futuro, sino que también dejan huella en el presente.
Se habla mucho de “decidir bien”, pero poco de lo que supone cargar con esas decisiones: el desgaste mental, la culpa, la duda constante entre haber acertado o haberse equivocado. Porque decidir no es solo un proceso lógico; es también un proceso emocional y físico que afecta al cuerpo, al sueño, a la energía y al ánimo.
Si bien, es necesario comprender que cada decisión importante abre un juego de pérdidas y ganancias. Elegir algo siempre implica renunciar a otra cosa. Y ahí aparece la paradoja: incluso cuando sabemos que era lo correcto, nos persigue la duda de si había una mejor opción.
El coste emocional de decidir se refleja en tres momentos:
- Antes: la ansiedad de anticipar consecuencias, de poner en la balanza el impacto en uno mismo y en los demás.
- Durante: la presión del momento, el miedo a equivocarse, la activación fisiológica (sudor, tensión muscular, insomnio).
- Después: la culpa, el alivio o la rumiación, dependiendo de si la elección se percibe como “correcta” o no.
El problema es que el cerebro no busca siempre la mejor decisión, sino la menos dolorosa emocionalmente (Botti et al., 2009).
Psicología y neurociencia de la toma de decisiones
La psicología lleva décadas estudiando cómo decidimos. Existen múltiples modelos: algunos ponen el foco en la razón, otros en la emoción.
Uno de los más relevantes es el marcador somático de Damasio (1996), que explica cómo las emociones guían nuestras elecciones a través de señales corporales. Decidir no es solo un cálculo racional: el cuerpo participa, generando respuestas fisiológicas (aceleración cardíaca, tensión, cambios hormonales) que actúan como brújula (Bechara & Damasio, 2005).
Esto explica por qué decisiones difíciles “se sienten” en el estómago o en el pecho antes de llegar a la mente. Y también por qué las figuras de autoridad —directivos, líderes, responsables de equipos— experimentan un desgaste psicológico real al tomar decisiones con impacto humano, como despidos o reestructuraciones.
En paralelo, investigaciones recientes en neurociencia muestran que la corteza prefrontal ventromedial y la amígdala se activan de forma conjunta, integrando lo racional y lo emocional en cada elección (Bhanji & Delgado, 2014). La decisión nunca es puramente lógica, esto significa que siempre lleva la marca de la emoción.
El desgaste psicológico del rol de autoridad
Tomar decisiones difíciles forma parte de nuestro día a día pero también de aquellas personas que deben ejercer algún tipo de liderazgo en las que el precio oculto es el coste emocional:
- Culpa por las consecuencias en otras personas.
- Autoexigencia extrema por “no fallar”.
- Fatiga de decisión: saturación mental al tener que elegir de forma continua.
- Aislamiento: la sensación de que “nadie entiende la carga” del rol.
Un estudio reciente (Zhang et al., 2024) muestra que la toma continua de decisiones de alto impacto aumenta el riesgo de burnout emocional, afectando al sueño, al estado de ánimo y a la salud cardiovascular.
Estrategias para decidir mejor (y sufrir menos en el proceso)
No existe una fórmula mágica para tomar decisiones sin coste emocional. Pero sí hay pasos que ayudan a reducir el desgaste:
- Clarificar valores: decidir es más fácil cuando sabes qué pesa más en tu vida y tu organización.
- Aceptar la pérdida: toda decisión implica renunciar a algo. Asumirlo reduce la rumiación posterior.
- Consultar y compartir: no decidir en soledad, sino abrir el proceso a personas de confianza.
- Cuidar el cuerpo: ejercicio, descanso y respiración ayudan a bajar la activación fisiológica previa.
- Separar persona de rol: la decisión puede ser dura, pero no define tu valor personal.
- Practicar la autocompasión: no castigarse por el resultado, sino reconocer el esfuerzo de decidir con la mejor información disponible.
En conclusión, decidir desgasta porque implica responsabilidad. Pero no podemos vivir sin decisiones difíciles, forman parte de crecer, liderar y avanzar. La clave está en aceptar el coste emocional, no huir de él, y aprender a decidir desde la claridad y no desde la culpa.
No hay decisión perfecta, solo la valentía de tomar una y seguir adelante.
Fuente:
Bechara, A., Damasio, H., & Anderson, S. W. (1994). Insensitivity to future consequences following damage to human prefrontal cortex. Cognition, 50(1-3), 7–15.
Bechara, A., & Damasio, A. R. (2005). The somatic marker hypothesis: A neural theory of economic decision. Games and Economic Behavior, 52(2), 336–372.
Bhanji, J. P., & Delgado, M. R. (2014). The social brain and reward: Social information processing in the human striatum. Wiley Interdisciplinary Reviews: Cognitive Science, 5(1), 61–73.
Botti, S., Orfali, K., & Iyengar, S. S. (2009). Tragic choices: Autonomy and emotional responses to medical decisions. Journal of Consumer Research, 36(3), 337–352.
Reyes, R. A., & Alanís, B. T. (2016). Tres modelos para la toma de decisiones utilizados en psicología: su metodología, evaluación y aplicación. Revista Conciencia Epg, 1(2), 106-119
Psicología y Mente. (s.f.). Psicología de las decisiones: por qué nos cuesta elegir en el día a día.
Shenhav, A., Musslick, S., Lieder, F., Kool, W., Griffiths, T. L., Cohen, J. D., & Botvinick, M. M. (2017). Toward a rational and mechanistic account of mental effort. Annual Review of Neuroscience, 40, 99–124.
Zhang, W., Li, X., & Wang, Y. (2024). Decision-making stress and emotional exhaustion in leadership roles: Evidence from organizational neuroscience. Frontiers in Psychology, 15, 11274958.